Giré la calle y me lo encontré en cada recuerdo, y qué iba a
hacer yo si me había estado dedicando a pisar charcos llenos de peces de
colores que bailaban a mi alrededor para olvidar que existías en cada reflejo.
En el descanso entre clase y clase, en la vuelta a casa, en
la película de la tarde, en los escaparates, en los bolígrafos, en los libros, en
mi ropa, allí estaba él una y otra vez el hombre invisible persiguiéndome.
Una vez tuve el valor de preguntarle que qué hacía aquí y
porqué no se iba, no me quiso contestar y yo seguí preguntando. Una tarde de lluvia
en la que los pájaros parecía que tarareaban tu nombre para joderme y eso que
no era primavera volvió a aparecer el hombre invisible entre mis sábanas y
contestó a mi pregunta, dijo claramente con esa voz de la que yo huía: Estoy aquí
porque aún me necesitas.
Seguidamente le tapé la boca
con un calcetín y desapareció. Lo jodido después fue que lo echaba de menos
y no tuve mas remedio que buscarle.
Y allí estaba fuera del vagón con la pequeña suspicacia de sus ojos y yo esperando a que el sonriera para poder dejar de pisar charcos de
una vez por todas.
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