martes, 20 de noviembre de 2012

Si una gota colma el vaso, otras veces ya es el mar.




Y esta vez es el mar ¿lo entiendes? 

Estaba decidida a hacer la maleta y llenarla de arena y recuerdos para luego tirarla por el barranco más alto que desembocaba en el lugar más lejano de mi memoria.

La llené con cosas que me recordaban a ti he hice el sendero sin mirar atrás pero en el último momento guardé algo de arena en mis bolsillos por si se te ocurría volver.

Y volviste en forma de nube y de susurro, de amanecer y de luna, de caricia.. pero no sin asperezas. Y como viniste te marchaste llevándote la arena de mis bolsillos.

Rebusqué entre mis cosas a ver si quedaba algo de ti y volví a hacer la maleta, pero esta vez mis bolsillos ya estaban llenos de bolitas de colores que brillan en la oscuridad y me acompañan cada noche para que no te eche de menos… ya es tarde mi amor, ya te has ido, y mi maleta pesa demasiado como para poder recuperarla yo sola, es cosa de dos.
No te llenes de razones corazón esta vez no hay superhéroes o villanos, no podrás encontrar al bueno, el feo y el malo, es simple voluntad.
La vida dejó de ser el tío vivo de cuanto más te alejas más te busco. Es invierno y es aquí y ahora.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

El hombre invisible.


Giré la calle y me lo encontré en cada recuerdo, y qué iba a hacer yo si me había estado dedicando a pisar charcos llenos de peces de colores que bailaban a mi alrededor para olvidar que existías en cada reflejo.

En el descanso entre clase y clase, en la vuelta a casa, en la película de la tarde, en los escaparates, en los bolígrafos, en los libros, en mi ropa, allí estaba él una y otra vez el hombre invisible persiguiéndome.

Una vez tuve el valor de preguntarle que qué hacía aquí y porqué no se iba, no me quiso contestar y yo seguí preguntando. Una tarde de lluvia en la que los pájaros parecía que tarareaban tu nombre para joderme y eso que no era primavera volvió a aparecer el hombre invisible entre mis sábanas y contestó a mi pregunta, dijo claramente con esa voz de la que yo huía: Estoy aquí porque aún me necesitas.

Seguidamente le tapé la boca  con un calcetín y desapareció. Lo jodido después fue que lo echaba de menos y no tuve mas remedio que buscarle.

Y allí estaba fuera del vagón con la pequeña suspicacia de sus ojos y yo esperando a que el sonriera para poder dejar de pisar charcos de una vez por todas.